Español | English
Declarada de Interés Turístico Internacional
Bienvenida
/
El Cabildo
/
Semana Santa
/
Noticias
/
Agenda
/
Videos
/
Pregones
/
Carteles
/
Documentos
/
Contacto
Cofradías de Semana Santa
·
Vídeos Semana Santa 2017
·
Configuración estética
·
Galería
 

Configuración estética de las procesiones murcianas
JOSE EMILIO RUBIO ROMÁN


La celebración litúrgica de la Semana Santa encuentra eficaz complemento en la que tiene lugar en las calles, por medio de las procesiones.

Las procesiones consiguen sacralizar el espacio urbano, crear un clima propicio a la conmemoración, llevar las imágenes de Cristo y su Madre al encuentro con los ciudadanos, creyentes o no, y los tronos sobre los que se exhiben las tallas, de enorme valor artístico en muchas ocasiones, se convierten en verdaderos altares ambulantes, alumbrados con cera o iluminación eléctrica, envueltos en incienso y acompañados en su caminar por composiciones sacras específicas, las marchas pasionarias, todo lo cual configura una escenografía sujeta a unas pautas de conducta seculares que constituyen un verdadero rito en el que se aúnan fe, arte y tradición.

Este rito varía de forma sustancial de unas regiones a otras y, aún dentro de estas, de unos pueblos a otros, conforme a su historia, al carácter de sus gentes, al clima o al espacio urbano donde se desarrollan. Contrasta, a este respecto, la celebración de las procesiones en el norte de España o en la austera Castilla, y la que tiene lugar en el sur, en la alegre Andalucía o en el luminoso Levante español. Siendo el mismo el punto de partida de estas celebraciones pasionarias, es decir, la recreación plástica de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, cada región y cada pueblo ha tomado un derrotero peculiar con el paso de los siglos, determinando distintas configuraciones estéticas no exentas, con todo, de recibir influencias de otros territorios.

Las primeras cofradías penitenciales tienen, es cosa sabida, un origen medieval, y sus manifestaciones externas, las procesiones de disciplina que tenían lugar en los días de Cuaresma y, en especial, durante la Semana Mayor, pueden considerarse similares en cualquier punto de España, por consistir, básicamente, en un sencillo cortejo encabezado por una cruz, seguida de disciplinantes y alumbrantes vestidos de tosco sayal y unas imágenes de Cristo y de María enlutada sobre una sencillas andas.

Así debieron ser, también, las primeras procesiones murcianas, surgidas, probablemente, a raíz de las predicaciones de San Vicente Ferrer en la Cuaresma del año 1411. El santo valenciano era seguido por compañías de disciplinantes que le acompañaban en sus campañas y daban testimonio de conversión y penitencia al término de las extensas y sentidas prédicas del dominico.

El siglo XVIII es, para Murcia, una edad de oro, que se abre con el episcopado del obispo Luis Belluga, más tarde cardenal, entre 1705 y 1724. Resulta determinante para el futuro esplendor del Reino de Murcia el destacado papel que representa el prelado durante la Guerra de Sucesión Española a favor de la causa borbónica que, a la postre, resulta vencedora, pero también su enorme labor de fundación de obras pías, colonización de tierras yermas, e impulso a la construcción de algunos de los mejores edificios del patrimonio artístico murciano.

En ese clima favorable, y en un ambiente proclive a la creación artística, con iglesias, conventos y cofradías realizando encargos constantemente para los nuevos templos que iban sustituyendo a los arruinados por la catastrófica riada de San Calixto, en 1651, nació y desarrolló su arte Francisco Salzillo.


La aportación de Salzillo a la estética barroca

Francisco Salzillo nació en Murcia en 1707, hijo de un escultor napolitano, Nicolás Salzillo, y de una murciana. A partir de la muerte de su padre, en 1727, se ocupó del taller de su progenitor, alcanzando pronto un gran prestigio y un enorme número de encargos.

Salzillo fue el gran creador de pasos o grupos procesionales del siglo XVIII, y su extraordinaria capacidad en este campo es equiparable a la destreza alcanzada por Gregorio Fernández en el primer tercio del XVII. Los pasos de Salzillo para la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de Murcia, conservados y exhibidos en el Museo dedicado al escultor, constituyen una colección única y son reflejo, a la vez, de lo que supuso la aportación de su autor a la configuración de la Semana Santa murciana.

En efecto, cuando se cierra la serie de grupos e imágenes exentas que la Cofradía de los Nazarenos, cuyos primeros estatutos son aprobados en 1600, encarga a Salzillo, entre 1752 y 1778, puede afirmarse, en grandísima medida, que la procesión barroca murciana cuenta ya con los principales elementos que la definen estéticamente y dan personalidad propia: la imaginería barroca, los sonidos característicos de la Semana Santa murciana, a los que luego me referiré, y la singular indumentaria de los cofrades, todo ello, en el marco de una ciudad completamente remozada a lo largo del XVIII y rodeada por una feraz huerta que constituye la base de su crecimiento económico y social.

Las antiguas cofradías de Jesús Nazareno, principalmente, por haber conservado su imaginería, y la Sangre de Cristo, son aún hoy el reflejo fiel de aquella época dorada en la que se forjaron las procesiones penitenciales de Murcia, junto con otras, provenientes también de tiempos antiguos, o fundadas a lo largo de la pasada centuria, que han seguido, en mayor o menor medida, la estética y puesta en escena convertidas, con el correr de los años y de los siglos, en verdadero rito religioso heredado de generación en generación y superador de todo tipo de avatares y convulsiones religiosas, políticas y sociales, incluida una Guerra Civil, la padecida durante el período 1936-1939, que obligó a no pocas hermandades a rehacer por completo su patrimonio.

Nos hemos referido a la imaginería barroca, y a la obra salcillesca, más en concreto, pero incluso en una aproximación fugaz, superficial, si se quiere, a la Semana Santa de Murcia, es de justicia señalar que, aunque es cierto que hay un antes y un después de Francisco Salzillo, ese antes y ese después tienen nombre y apellidos.

Nombres, entre los precursores, como Diego de Ayala o Domingo Beltrán, en el último tercio del siglo XVI, sin olvidar a artífices de la talla de Jerónimo Quijano o Jacobo Florentino. Y ya en el tramo final del siglo siguiente, Nicolás Salzillo y Nicolás de Bussy, junto con la presencia del francés Dupart en los primeros años del XVIII, autores que van a influir de forma directa o indirecta en la formación de Francisco Salzillo.

De entre la imaginería anterior a Salzillo merece la mención la imagen simbólica de la Preciosísima Sangre de Cristo, titular de la Cofradía de la misma denominación, que preside la gran procesión de los nazarenos coloraos en la noche del Miércoles Santo.

El paso de la Sangre ofrece la particularidad de que representa el Lagar Místico, por lo que Cristo aparece crucificado sólo por las manos, mientras que los pies se han desclavado de la cruz y pisan sobre el recipiente donde vierte su sangre, en especial la que brota del costado, que recoge un ángel niño en un cáliz. El Cristo está vivo y produce el efecto, como escribía Díaz Cassou en su “Pasionaria Murciana”, de que te vaya a dirigir la palabra. El mismo Salzillo llegó a copiar la genial obra de Bussy en el año 1777 para la pequeña localidad murciana de Albudeite.

En cuanto a la obra de Salzillo, la importancia de su trayectoria escultórica no se circunscribe a la calidad y cantidad de su producción, sino que trasciende a su existencia misma a través de sus discípulos y seguidores hasta nuestros días. Algunos de sus modelos han sido repetidos, con mayor o menor fortuna, no sólo en el territorio del antiguo Reino de Murcia, sino en lugares distantes, y de tanta tradición procesionista e imaginera como Málaga o Granada.

Seguramente su paso más célebre sea la Oración en el Huerto, de 1754, donde presenta la feliz novedad de prescindir de planteamientos anteriores, donde Cristo y el ángel, al que se refiere el evangelio de San Lucas, aparecen frente a frente, y coloca al Celestial Confortador en el mismo plano que el Cristo, sosteniéndolo en su agonía, mientras señala el cáliz de la amargura situado entre las ramas de una palmera. Salzillo es un gran escenógrafo y lo acredita también en otras composiciones espléndidas, como el Prendimiento o la Caída, pero también da excelente muestra de su genialidad en imágenes exentas, como la Verónica y, sobre todo, San Juan y la Virgen Dolorosa.
 

De talla completa el primero, el artífice murciano lo imaginó como un apuesto doncel que precede a la Madre de Jesús en la calle de la Amargura, recogiendo el manto con la mano derecha, mientras señala con el índice de la izquierda el camino que sigue el Nazareno. La Virgen, por el contrario, es de vestir, de una belleza excepcional, con el dolor reflejado en un rostro vuelto a lo alto en busca de algún consuelo. La fama de ambas piezas, copiadas una y mil veces, sobre todo la Dolorosa, está perfectamente justificada.

Pocos artífices han tratado de apartarse de la línea marcada por el arte de Salzillo en los más de 200 años transcurridos desde su fallecimiento en 1783. Y de los pocos que lo han intentado, sólo en muy contados casos han gozado de la aceptación y el beneplácito de los cofrades y del pueblo, fiel todavía, en su mayor parte, a una estética y a unos modelos que perviven al paso de los años y de las corrientes artísticas.

Una de esas excepciones es el escultor murciano Juan González Moreno, que si en su formación primera recibió, como es natural, la influencia de lo salzillesco, apuntó muy pronto hacia un estilo propio, conjugando con acierto los modelos clásicos y los recursos propios de la imaginería tradicional con técnicas de modelado, aplicación de policromías y composición de escenas o grupos muy personales, que impregnan su obra de una modernidad compatible con el concepto que fieles y cofrades tienen de las imágenes devocionales y procesionales.

Autor de numerosas obras de mérito, quizás lo más renombrado y destacable de su aportación a las cofradías murcianas sean los pasos del Lavatorio y las Hijas de Jerusalén, obras de 1952 y 1956, ambos para la Archicofradía de la Sangre, con lo que en el patrimonio procesional de esta popular cofradía, la presencia de las imágenes presalzillescas, debidas al referido Nicolás de Bussy, se conjuga con las de la escuela de Salzillo, obra de su principal discípulo, Roque López, a finales del XVIII, y del más relevante continuador de lo salzillesco en el pasado siglo XX, José Sánchez Lozano, y con las del más decidido innovador en el campo de la imaginería dentro del ámbito murciano, Juan González Moreno, sin olvido de las recientes aportaciones de José Hernández Navarro, que es en la actualidad el imaginero murciano de mayor proyección.


El andar de los pasos y la vestimenta del nazareno

Pero las procesiones murcianas son, en su planteamiento estético, mucho más que una buena colección de tallas de reputados artistas de distintas épocas, con Salzillo como eje y referente inexcusable. Hay un ramillete de características que resultan siempre sorprendentes a los ojos del espectador, por tratarse de verdaderas singularidades que hacen de los cortejos penitenciales de esta ciudad algo único en su género dentro del amplio y rico panorama semanasantero español e internacional.

Las imágenes de la Semana Santa murciana son conducidas en procesión sobre tronos de inspiración neobarroca, tallados en madera y dorados, que son portados sobre los hombros por un número variable de nazarenos, que oscila entre los 16 y los 52, según el tamaño y peso del paso procesional.
 

A diferencia de lo sucedido en otras localidades españolas, donde los tiempos de crisis abocaron a la sustitución de los portadores por chasis con ruedas, Murcia siempre llevó sus pasos a hombros, con un ritmo peculiar, distinto al que se emplea en cualquier otro lugar, desacompasado, pero medido; sin vaivenes, pero ofreciendo la sensación de que las imágenes flotan sobre las cabezas de nazarenos y espectadores; con unos puestos asignados por el responsable de la marcha del trono, el cabo de andas, donde la misión a cumplir varía sensiblemente según se cargue en las varas o en las tarimas, en la punta de vara, en el tronco o en el cepo. Unos frenan, otros empujan, aquellos levantan y, entre todos, sin ensayos previos, pero con la lección bien aprendida de generaciones de estantes murcianos, que han ido transmitiendo el puesto y el arte de padres a hijos, se consuma el milagro anual de llevar la Pasión de Cristo a las calles, al encuentro de murcianos y forasteros, a la manera en que Murcia sabe hacerlo, por medio de una feliz conjunción de fe, arte y tradición única e irrepetible.

Como única e irrepetible es, también, la indumentaria del nazareno murciano, en particular del estante, que viste un atuendo singular donde se entremezclan elementos barrocos y huertanos que, a partir de un esbozo dieciochesco, termina de configurarse con diversas matizaciones hasta convertirse en elemento distintivo e identificador de nuestra Semana Santa.

Porque si hay algo de la Semana Santa de la ciudad de Murcia que sorprende al visitante, junto con la efusión en el reparto de caramelos y otras viandas, que explicaré más tarde, es la indumentaria de los cofrades y, en particular, de los llamados estantes, es decir, de aquellos nazarenos que portan sobre sus hombros los pasos.

El estante puede ser que considerado, por su peculiar aspecto y por la función que cumple, el nazareno murciano prototípico. De hecho, en los dos monumentos que existen en la ciudad dedicados al nazareno murciano, se representa a un estante.

El estante murciano lleva sobre la cabeza un capuz corto y romo, "en forma de haba", según definió con huertanísimo acierto Carlos Valcárcel Mavor. Ese capuz, que no tiene la forma cónica habitual en casi toda España, deja el rostro al descubierto, mientras que la parte de tela que cae sobre la espalda se adorna con un florón o escarapela. Unas cintas de seda, a ambos lados, tienen hoy una función decorativa, pero se emplearían en su momento para ajustar el capuz atándolas bajo la barbilla.

Todavía hoy muchos estantes recurren a un pañuelo, atado a modo de cachirulo y colocado bajo el capuz, para evitar el roce sobre la frente y contener el sudor, lo que permite que tanto a la ida como a la vuelta de la procesión, la estampa del estante clásico se complete con el pañuelo anudado a la cabeza como parte esencial y colorista del atuendo.

La túnica es, en realidad, de penitente, de manera que si se colocara normalmente, llegaría hasta los pies. Pero al recogerla en la cintura, sujeta con el cíngulo, para formar el buche, seno o "sená", donde se depositan los caramelos y obsequios varios que el nazareno entregará a los espectadores durante las cuatro o cinco horas que dura la procesión, queda ligeramente por debajo de la rodilla. Para darle vuelo, el nazareno estante se coloca bajo la túnica una enagua huertana almidonada, cuyo borde asoma bajo la túnica. Cabe pensar que, en un principio, el estante se recogería la túnica por mejor desenvolverse al caminar cargado con el paso, pero aprovechó ese plegado que quedaba en la cintura para usarlo como lugar de almacenaje.

Bajo la túnica, lleva el estante una camisa blanca, una chaqueta, cuyas solapas se acomodan sobre el cuello de la túnica, y una corbata. En mi opinión, la chaqueta y la corbata son un signo de que el nazareno, bajo la túnica penitencial, iba vestido "de serio", con su mejor traje, como corresponde al carácter e importancia de la conmemoración de la que participa.

Finalmente, el estante se calza con unas esparteñas huertanas, alpargata de esparto que se ata con cintas cruzadas a la pierna, y viste el pie y la pierna con las medias llamadas "de repizco", medias caladas y, en no pocas ocasiones, bordadas por la madre, la mujer, la novia o la hermana con algún motivo pasionario o, sencillamente, con motivos vegetales. La media se sujeta con unas ligas adornadas con pompón o florón.

Merece la pena citar, también, la indumentaria que usa el mayordomo, regidor de la procesión y colaborador del penitente, claramente tomada del barroco, pues amén de un capuz de características similares al descrito para el estante, adorna la túnica, que en este caso cae hasta los pies, como vestidura talar, con puntillas blancas en las bocamangas y en la pechera, que simulan los encajes que llevaban las antiguas camisas, que en el barroco asomarían por esas aberturas bajo la túnica penitencial.


Los caramelos

Decía que en el buche, seno o, dicho en murciano, “sená”, que forma la túnica al recogerla en la cintura, el nazareno porta caramelos, especialmente, algunos otros comestibles, como huevos duros, monas de Pascua, pequeños bocadillos o habas frescas, que en Murcia se comen sin cocer, amén de estampas de los pasos, medallitas, escudos de la cofradía y obsequios varios que entrega al público.

La entrega de caramelos y otros obsequios no es exclusiva de Murcia, pero en Murcia adquiere un protagonismo inusitado, incluso excesivo, en ocasiones. El origen de esta entrega de caramelos y demás obsequios al público debemos buscarlo, según los estudiosos, en aquellas ofrendas penitenciales que los nazarenos realizaban para expiación de sus pecados. A lo que hay que sumar la circunstancia de que muchos de ellos, sobre todo los portadores de los pasos, procedían de la huerta que circunda la ciudad, y como pasaban muchas horas fuera de sus casas y eran gente de pocos recursos y bastantes estrecheces, traían consigo su comida o cena para reponer fuerzas, viandas que acabaron compartiendo con los espectadores, lo que constituye, en definitiva, una hermosa tradición, un signo del compartir entre cofrades y espectadores y una expresión de la generosidad de la tierra murciana y de quienes la habitan.

Debe advertirse, no obstante, que no todas las procesiones murcianas son iguales a este respecto. Las hay de corte clásico, con entrega de caramelos y otros obsequios y en las que los cofrades lucen, en mayor o menor medida, la túnica que entremezcla ingredientes barrocos y huertanos, y las hay, también, que prescinden de esos elementos y apuestan por el recogimiento y la sobriedad.

A este respecto, el Cabildo Superior de Cofradías, organismo compuesto por los representantes de las 15 cofradías de Semana Santa existentes en la ciudad en la actualidad, cuenta con 10 hermandades cuyos elementos estéticos y puesta en escena están basados en la tradición murciana, y otras cinco, nacidas todas después de la Guerra Civil, con un corte más sobrio y una mayor acentuación del carácter penitencial.

El calendario de procesiones se inicia el Viernes de Dolores y concluye el Domingo de Pascua, sin que haya en la actualidad jornada alguna en la que se interrumpa el discurrir de pasos y nazarenos por las calles de la ciudad. Pero en esa nómina cofrade deben ser incluidos también los vía crucis organizados por algunas cofradías, los traslados procesionales de diversas imágenes, de unas iglesias a otras y, desde luego, la convocatoria, otra peculiaridad digna de ser mencionada en este trabajo.

La convocatoria consiste, básicamente, en un anuncio de la procesión, que tiene lugar, por lo general, durante la mañana del día anterior al desfile penitente. Un grupo de cofrades y de músicos recorren las calles y visitan, según las cofradías, a sus miembros, a los organismos oficiales o al resto de las hermandades, en sus respectivas sedes. Este curioso pasacalles, a ritmo de alegres pasodobles, unas veces, o de marchas pasionarias, en los momentos que precisan de cierta solemnidad, contribuye, durante buena parte de las mañanas de la Semana Mayor, a crear el ambiente propicio para que los nazarenos salgan más tarde a llevar la Pasión ante los ojos de propios y forasteros.
 

La burla y los auroros

No quedaría completa la descripción de los elementos que hacen peculiar la Semana Santa murciana si se pasara por alto el apartado musical, pero no para hablar de bandas de música y de cornetas y tambores, que las hay, y muy buenas, en los más diversos puntos de España, sino para referirme, siquiera brevemente, a los grupos de carros-bocina y tambores destemplados, llamados popularmente la burla, y a las campanas de auroros.

La presencia de la burla o convocatoria en las procesiones murcianas está documentada desde el siglo XVII. Se trata de un grupo de nazarenos con tambores y largas bocinas, tan largas, que se transportan mediante dos ruedecillas situadas en el extremo opuesto a la embocadura.

Tambores y bocinas se alternan en el toque. Las primeras, emiten un sonido agudo, lastimero. Los tambores, cubierto el parche con una funda de tela para amortiguar el sonido, dan réplica a las primeras mediante un toque vibrante que cuenta con una docena de variaciones e incluye el entrechocar de las baquetas entre sí.

Ese sonar característico cumple básicamente dos cometidos, que se identifican con los nombres populares que reciben estas secciones de carros-bocinas y tambores destemplados: la convocatoria y la burla. La convocatoria tiene por objeto, como su nombre indica y se ha advertido antes, anunciar a cofrades y ciudadanos, en general, la salida de la procesión.

La burla es, según creencia popular, la función que los carros-bocinas y tambores destemplados cumplen cuando participan en la procesión acompañando a un paso, normalmente, una escena en la que sayones y soldados maltratan a Jesús: Flagelación, Coronación de Espinas, Ecce-Homo, Calle de la Amargura… Es como si se quisiera hacer más evidente el padecimiento del Redentor subrayándolo mediante esos sonidos, evocadores, a la vez, de los que acompañaban a los condenados camino del ajusticiamiento.
 

He hecho mención, también, de los auroros, los cantores de la huerta murciana, unas agrupaciones corales que interpretan unas peculiares salmodias que, según algunos estudiosos, podrían tener un origen bizantino. Los auroros, formaciones compuestas hasta hace pocos años exclusivamente por hombres, se agrupan en campanas, que toman el nombre del único instrumento musical que acompaña a sus voces, excepto en el tiempo de Navidad, cuando se introducen otros como guitarras, violines o panderetas.

La víspera de la festividad de San José comienza cada año el ciclo de Pasión, durante el que los auroros interpretan las salves alusivas a los dolores de la Santísima Virgen y a los padecimientos de Cristo. Cuando llega el Jueves Santo, las distintas campanas de auroros se reúnen en la plaza de San Agustín a media tarde para interpretar sus salves frente a la Iglesia de la que saldrá, en la mañana del Viernes Santo, la procesión de Jesús Nazareno. Y por la noche, volverán a intervenir con sus cánticos ancestrales al paso de las procesiones del Silencio y de la Soledad.

Estos son, a grades rasgos, algunos de los elementos identificativos de las procesiones murcianas, algunos de los ritos y formas expresivas heredados del pasado, transmitidos de generación en generación. Mucho más podría decirse al respecto, pero parece suficiente, por el momento, para ofrecer una visión panorámica sobre la puesta en escena de las procesiones de la Semana Santa de Murcia.

Una Semana Santa que dura, en realidad, como ya se indicó más arriba, diez días, de Viernes de Dolores a Domingo de Pascua, pero que se prepara en el seno de las cofradías mediante un apretado calendario de cultos y reuniones a lo largo, sobre todo, de la Cuaresma, y se aguarda su llegada durante todo el año.

Son 15 cofradías que organizan un total de 16 procesiones y movilizan a varios miles de nazarenos, aparte el concurso de músicos, floristas, carpinteros, electricistas, bordadores, orfebres, tallistas, escultores… para hacer posible el milagro anual de la puesta en marcha de esos cortejos penitenciales que sacan a la calles murcianas, en un ambiente primaveral, de luz mediterránea, aromado de incienso y azahar, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, representada en un total de 85 pasos procesionales portados a hombros gracias al buen hacer de los estantes y con el acompañamiento de los sones de la burla y las músicas pasionarias.
C/. ISIDORO DE LA CIERVA, Nº3 - 1º DCHA. 30001 MURCIA
[Web creada por Duma Interactiva]